Quiero que seas la leche. Que hagas un buen uso de tu libertad. Porque, como dice Javier Gomá, ese es el verdadero significado de la elegancia. Con barro en las botas y frio en las manos. Sin trajes a medida. Sin postureos en interminables escalinatas ministeriales que te llevan al abismo.


Quiero que seas la leche. Que no brindes por un futuro sin cuotas, un neoliberalismo salvaje y una tubería a Pekín, sin un análisis serio, sereno y sensato. Bruselas tiene el embrujo de su manneken pis: te dirán que llueve, pero en realidad te estarán meando.


Quiero que seas la leche. Que mires más allá de tu concejo. Que no te adentres en los terrenos de la vulgaridad y el hastío. Que utilices el exceso de proteína para crecer juntos. Que ser ganadero sea un trabajo en equipo y no una cruzada individual. Que no sobre ninguno. 


Quiero que seas la leche. Que sirvas el desayuno en bandeja a los 47 millones de españoles. Que salgas al mundo y le cuentes lo que haces por él. Sin victimismos. Con la seguridad y el aplomo de los que alimentan el futuro.


Quiero que seas la leche. Que si mueres en la orilla, al menos te quede el consuelo de que allí es más fácil soñar... como si fueras el último estribillo de Manolo Tena.

 

Cada mes, 65 explotaciones lácteas se ven obligadas a echar el cierre en España. Hoy quedan tan sólo 16.000 ganaderos en nuestro país.