Te lo prometes una y otra vez. “Estas navidades me hago la maloláctica”. Pero nada. Tu nivel de indignación te vuelve astringente, áspero y untuoso. Nunca fuiste de fermentaciones controladas. Vuelves a sentirte como ese perdedor de novela que se acaba enamorando de la chica. PLOP!!. Descorchas esa botella que ya no recuerdas quién te regaló y te marcas un momento “Bridget Jones”. Con el primer sorbo caes en la cuenta de lo olvidados que tenías a vista, olfato, tacto y gusto. No son tus mascotas, son tus sentidos.
Te vienen a la mente sus ojos, de un azul oscuro casi Monastrell. Su boca, estilizada, fresca y sabrosa como un Ribeiro, y su aroma, intenso pero elegante como el de aquel crianza de viñas viejas. Una personalidad única, al estilo de los nuevos tintos del Priorat. Y sonríes al recordar cuando te llamaba Riberita del Duero, por esa imagen de vino escaso y seductor.
Mientras observas fijamente la copa, tu mente viaja a la tierra con nombre de vino. Piensas que, al igual que en Rioja, no es tinto todo lo que reluce y que, en muchos casos, las decisiones forman parte del proceso de subsistencia más que de una elección, como el Airén en La Mancha. Te faltó frescura, esa que confiere tanto atractivo a los blancos de Rueda. Sin embargo, a imagen y semenjanza de la Tinta de Toro, has aprendido de tus errrores y ya no eres amigo de la fuerza sin gracia. Aún no entiendes por qué casi todo se reduce a Pedro Ximénez, pero llegados a este sorbo casi que te da igual.
Suena "Fly me to the moon" de Sinatra. Tu voz interior te susurra que los labios encuentran placer en los sitios más inesperados. A solas, con una copa de vino español.
Te vienen a la mente sus ojos, de un azul oscuro casi Monastrell. Su boca, estilizada, fresca y sabrosa como un Ribeiro, y su aroma, intenso pero elegante como el de aquel crianza de viñas viejas. Una personalidad única, al estilo de los nuevos tintos del Priorat. Y sonríes al recordar cuando te llamaba Riberita del Duero, por esa imagen de vino escaso y seductor.