Que usted abra la nevera, coja el brik y con toda la tranquilidad del mundo prepare un nutritivo vaso de leche para su hijo es algo que forma parte de su rutina pero no es tan habitual en otras partes del planeta (que se le pregunten a las autoridades chinas). En Europa hemos construido un modelo de producción láctea con los más altos estándares en materia de calidad y seguridad alimentaria, controlando la trazabilidad del producto desde la ubre hasta su mesa. Por ello, usted se puede permitir el “lujo” de ser híper-sensible al precio, ya que la salubridad de nuestra leche está más que garantizada. 

Para llegar aquí, el compromiso y buen hacer de nuestros ganaderos ha sido vital. Mejoras sustanciales en la cantidad y calidad de la leche, cumplimiento de la exigente normativa higiénico-sanitaria, adaptación de las granjas a las normas de bienestar animal y una gran dosis de esfuerzo y sacrificio personal, han sido requisitos indispensables para que sus niños crezcan fuertes y sanos sin que eso menoscabe la economía familiar. Que un litro de leche cueste menos en el lineal del supermercado que un litro de agua embotellada así lo evidencia

Sin embargo, le tengo que dar una mala noticia. Para llegar a este escenario, los ganaderos se han pasado gran parte del tiempo ordeñando pérdidas. Aunque usted se los imagine con mejillas sonrosadas y entrecejo poblado, no piense que son tontos. Pero durante las últimas décadas han sido otros los que les han impuesto el precio a su producto. Y en la mayoría de los casos de forma ilegal. Por eso, hace unos días la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) multó a las principales industrias lácteas con 88 millones de euros por pactar precios y repartirse las rutas de recogida de leche. Y es que apenas una docena de empresas controlan más del 60% de las recogidas. El “paisaje” que dibuja la resolución de la CNMC se asemeja mucho más a la costa siciliana que a los verdes prados de la cornisa cantábrica.

Las cifras son tozudas: en el inicio de la década de los 90 había 140.000 explotaciones lácteas en nuestro país. En la actualidad, según los últimos datos del Ministerio de Agricultura, sólo quedan 18.000. Y menos mal que existen las ayudas de la Política Agrícola Común (PAC), porque si no usted dependería hace tiempo de las buenas relaciones de nuestro Gobierno con otros países para desayunar cada mañana. 

Llegados a este punto, todos los eslabones de la cadena de valor láctea deberían reflexionar:

- Los ganaderos tienen que hacer autocrítica. La histórica atomización del sector productor, que no ha podido y en otros casos no ha querido unirse para ganar poder de negociación (léase egos locales de visión reduccionista), supone un lastre para un futuro sin cuotas de producción. 

- En el nuevo contexto económico y social, las industrias deberán modificar el verbo con el que enmarcan sus relaciones con los ganaderos; de “imponer” a “cooperar”. El compromiso con los productores debe ir más allá de un ganadero sonriente en la tapa de un yogur. De lo contrario, ese “consumidor rebelde” que ha emergido con fuerza en los años de crisis, (un 25% según el estudio MyWord), les dará la espalda. Belén Barreiro, expresidenta del CIS y directora del estudio lo deja muy clarito: “el consumidor rebelde es especialmente sensible ante las buenas o malas prácticas. No juzga tanto a las empresas por la calidad de sus productos y servicios sino por cómo se comportan en sociedad, el compromiso que mantienen con ella. Y amenazan con abandonar a las marcas legendarias que no sepan reaccionar a tiempo”, caso de Pascual, Danone, Nestlé, Puleva, etc….

- Las cadenas de distribución, en un ejercicio de responsabilidad, deberían dejar de utilizar la leche como “producto reclamo” en sus promociones. Regalar leche banaliza su imagen y supone una presión insoportable a lo largo de cadena de valor que acaba pagando el último eslabón: los ganaderos. La apuesta por el producto local empieza por garantizar un sector agrario rentable.

- Y usted, consumidor, debe ser consecuente con sus decisiones de compra. Caer en la cuenta de que lo anormalmente barato puede salirle muy caro. En cuestiones alimentarias, la confianza no tiene precio pero sí un coste. Y es ahí donde el sector lácteo en su conjunto deberá hacer pedagogía para explicar que con las políticas de precios actuales la cadena de valor láctea es insostenible. En síntesis: la mala leche no beneficia a nadie. Piénselo. Se puede ser muy grande y no abusar. Se llama ÉTICA y en el siglo XXI será una inversión muy rentable.